miércoles, 19 de septiembre de 2012

Fruto y modelo de la educación alternativa

Por Lilliam Irizarry / lilliam.irizarry@gfrmedia.com Si de algo está segura Sonia Pantojas, es de que una escuela que no involucre a los padres está desenfocada, y de que unos padres que no se involucren en la escuela, también. Lo sabe por experiencia propia. “Los padres y los maestros criamos juntos”, afirma la educadora de la Nueva Escuela Juan Ponce de León del barrio Juan Domingo de Guaynabo, donde nació, se crió y aun vive a sus 42 años. Pantojas enseña en el mismo plantel escolar donde estudió de primero a noveno grado. La diferencia es abismal, pues ya no hay pupitres ni pizarras, no es necesario embotellarse material, y los problemas se resuelven en asambleas de paz. Además, el porcentaje de niños que dejaban la escuela se redujo de 40% a cero. Ello, gracias a que la Nueva Escuela Juan Ponce de León abrazó como proyecto educativo el modelo Montessori, que -como otros modelos de enseñanza alternativa- visualiza la educación como una preparación para la vida. Es precisamente esa visión integral de la educación lo que -confiesa- la hizo enamorarse del magisterio cuando aun era una madre que había estudiado secretarial y que ayudaba de manera voluntaria en los salones de clase, que allí se conocen como “ambientes”. A ese enamoramiento contribuyó ver cómo su primera hija aprendió a amar el aprendizaje desde los dos años y medio, al punto de que no se quería ir de la escuela cuando ella iba a buscarla. También, cómo la niña descubría el mundo a través de lo que aprendía en salones donde la paz era, como quien dice, la materia más importante. “Desde siempre me encantó la manera en que se integraba el respeto, la solidaridad, la inclusión”, sostiene quien de madre-tutora pasó a ser asistente de niños con necesidades especiales, que en ese plantel no son segregados en salones aparte. Cuenta que mientras más se involucraba en la escuela, más crecía su compromiso con la enseñanza de todos los hijos de la comunidad, lo que fue premiado con una beca para estudiar educación elemental en la Universidad del Sagrado Corazón. Años más tarde, mediante el Instituto Nueva Escuela, pudo certificarse como guía Montessori. “Todo esto se fue dando en el camino. Yo obtuve la práctica primero y luego la teoría y así se me hizo más fácil. Mis verdaderos profesores de educación -sin quitarle méritos a los de la universidad- fueron los de los salones donde yo trabajé en la escuela”, reflexiona. Ahora dice estar tan acostumbrada a ese método individualizado de enseñanza -que respeta el ritmo natural de aprendizaje de cada niño-, que tendría que cambiar de profesión si tuviera que irse de ese plantel. “O, si voy a otra escuela, lo transformo todo, porque yo no me visualizo como una maestra tradicional que lleva a todos los estudiantes a la par y el que se quedó, se quedó porque hay que seguir con los planes. Yo le faltaría el respeto a un niño pidiéndole algo que no puede hacer al mismo nivel de otro”, afirma. Cuando mira hacia atrás, Pantojas se ve adolescente y en lucha junto a su comunidad para lograr que el Departamento de Educación reabriera el plantel que había sido cerrado por una merma en matrícula. Los adolescentes de entonces, recuerda, hacían dibujos de cómo querían que fuera la escuela ideal. Ellos la soñaron antes de que entre todos la hicieran realidad. Hoy, 22 años más tarde, el plantel no solo es un ejemplo en educación para la paz, sino que sirve de guía a otras 25 escuelas públicas que desean recorrer ese camino. “Desde que entran pequeños, nuestra misión es sembrar una semilla de paz para que, cuando se integren a la sociedad, haya germinado. En la microsociedad del aula, se va dando el respeto, la comprensión, el diálogo para lograrlo”.

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