lunes, 8 de agosto de 2011

Víctimas de la desidia

por Istra Pacheco

¿Es usted de las personas que ven las noticias, pero ya no se les mueve ni un pelo ante casos de asesinatos? ¿Piensa que si alguien en la calle pide ayuda, no le incumbe? ¿O acaso es de los que prefieren estar ajenos a todo tipo de información para no contaminarse?

No hay una ruta exacta y única para alejarse de tanta mala noticia, pero ¡cuidado! Si está tan saturado de imágenes violentas que ya muy poco le impresionan, o prefiere vivir internado en su propia realidad, como si se tratara de una cueva corre el riesgo de convertirse en una persona indiferente al dolor ajeno y, de paso, formar parte del problema de criminalidad atroz que vive el país, coinciden expertos.

“Cuando llegamos a conclusiones como: ‘Esto está tan malo que ya no tiene remedio’ o ‘esto es lo que pasa siempre’ son ambos pensamientos peligrosos porque te deshumanizan y, ante la oportunidad de hacer algo para remediar la situación, decides alejarte. Eso, sencillamente, no es bueno para el país”, opinó José Rodríguez, sociólogo y epidemiólogo.

Por su parte, Jorge Duany, sociólogo y catedrático de la Universidad de Puerto Rico, recordó como parte de su análisis que cuando era muchacho, era más raro “que te tocara personalmente la experiencia de ser agredido y asaltado”.

“Sin embargo, en los últimos 20 años, ha aumentado la posibilidad de que uno sea la persona afectada; ya no es algo lejano. Le puede tocar a cualquiera porque hay una violencia más generalizada y más al azar. La constante exposición a la misma experiencia puede hacer que la persona vaya perdiendo esa sensibilidad... y eso puede generar mucha impotencia y frustración”, afirmó Duany.

Por otra parte, los expertos señalan que los medios noticiosos se enfocan demasiado en los aspectos negativos y no destacan tanto las buenas cosas que ocurren y que dan esperanza.

Si a eso se le agrega la cantidad de violencia en películas, televisión o videojuegos, la tolerancia a situaciones extremas puede aumentar, dijeron.

Un silencio cómplice

En días recientes, se han visto ejemplos claros de la creciente indiferencia en la que muchas personas se refugian. El pasado mes de julio, una mujer de 54 años, recién retirada como maestra de inglés, pidió ayuda a gritos cuando su ex marido llegó a su casa encolerizado y la mató a tiros. Nadie llamó a la Policía.

Asimismo, en el caso del triple asesinato de una mujer embarazada de ocho meses y de sus hijos de 10 y ocho años, ocurrido en marzo en el complejo San Juan Park, hay una gran cantidad de evidencia, pero la falta de colaboración de los vecinos, por la razón que sea, ha impedido que la Policía pueda esclarecer el crimen.

Pero el mantenerse ajeno no sólo incide en que haya víctimas fatales, también hay muchos con heridas físicas y emocionales que seguramente no figuran en las estadísticas y que también se vieron afectados por la falta de interés, expresó por su parte el obispo episcopal David Álvarez, quien también es psicólogo.

Otro problema es que los hogares se han convertido en caldo de cultivo de violencia, y las señales están en todas partes, pero la inacción de los que cohabitan alrededor se impone como una barrera tan gruesa y alta como las murallas de El Morro.

Los consultados coincidieron en que el aumento en la apatía colectiva inició cuando pasamos de una sociedad rural a una posindustrial. Eso trajo consigo el individualismo que, a su vez, inhibió la interacción.

“La forma en que dejamos de relacionamos con nuestros vecinos, el énfasis en que lo más importante es mi vida privada, el lucro y el desarrollo personal, la forma en que se organizan las urbanizaciones cerradas, los apartamentos con sistemas de seguridad para mantener al desconocido fuera de nuestra cercanía, eso no se experimentaba así en los años 50, cuando había más contacto en los centros urbanos, el encuentro en plazas públicas y las plazas del mercado”, declaró en entrevista separada el catedrático en sociología Héctor López Sierra.

Pero, no sólo nos tapamos los ojos y los oídos en nuestro fuero interno. El Gobierno ha dejado de ser sensible a las necesidades de la sociedad a la que sirve, al asignar mayor presupuesto a agencias que trabajan con acciones remediativas y no preventivas, manifestó Sierra.

¿Hay solución?

La buena parte es que hay formas de revertir esa coraza que nos hemos impuesto, coincidieron estudiosos de las dinámicas sociales.

Según Duany, la educación en la casa y en grados primarios de cosas que parecen sencillas, como preguntar cómo le fue al otro durante el día o decir “salud” a alguien que estornude, es el primer paso para crear ciudadanos que se preocupen por sus semejantes.

Tampoco se debe dejar a los más pequeños con la televisión como niñera, aconsejó.

Rodríguez, por otro lado, destacó la importancia de reconocer más a menudo las buenas acciones, tanto en la casa como en los medios de información, para fijar en la mente de las personas que los actos de desprendimiento son importantes.

Sierra destacó el contacto con el vecino más próximo, mientras que el obispo Álvarez dijo que se debe fomentar la tolerancia y pedir acción a las iglesias y las entidades cívicas.

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