lunes, 23 de mayo de 2011

Pedía en las luces y dormía en la calle

Pedía en las luces y dormía en la calle

Tocó fondo Carlos Vélez Alameda deambuló, robó y pidió dinero en las luces para mantener su adicción a las drogas, sin embargo, salió del abismo y ahora mismo es un ser que contribuye a la sociedad trabajando. (Primera Hora / Gerald López-Cepero)
lunes, 23 de mayo de 2011
Bárbara J. Figueroa Rosa / Primera Hora

Carlos Vélez Alameda tenía 18 años cuando ingresó al servicio militar. Transcurría el 1973 y para él pertenecer a las Fuerzas Armadas era una aventura única que no podía dejar pasar. Aunque no participó en ningún conflicto bélico, jura que la experiencia le sirvió para ver el mundo. Pero también fue el canal en el que dio su primer traspié en las drogas, un camino en el que anduvo por más de 30 años y que lo lanzó a la calle con una terrible sensación de vacío e impotencia.



“Estar en las Fuerzas Armadas era lo máximo para mí. Viajé bastante y le serví a mi patria como todo buen ciudadano. Pero por desgracia durante el tiempo que estuve en el servicio conocí las drogas”, expresó el hombre que en aquel entonces experimentó con la marihuana.

En su retorno a la Isla, este sanjuanero consiguió trabajo como obrero de la construcción y decidió darle una nueva faceta a su vida a través del matrimonio y la experiencia de ser padre de dos criaturas. Sin embargo, seguía utilizando drogas. Lo hacía ocasionalmente y le añadió el uso de “ácido”, por aquello de continuar lo que parecía una aventura temporal.

Carlos creía tener control de su vida, pues todo parecía ir bien hasta que se percató de que en el mundo de las drogas “uno se va graduando y convirtiendo en un esclavo”.

“Llega el momento en que utilizarla no se convierte en placer, sino en tu modo de vivir”, explica.

Fue entonces cuando llegó lo que llama “las ataduras”, esa agonía de estar batallando a diario con esa sensación dolorosa y de ansiedad que le provocaba no tener una dosis de cocaína o heroína, las drogas que se habían convertido en su nuevo vicio.

“Lo que entraba a mi cuerpo era un demonio bien grande, se apoderaba de mí, me controlaba y dejaba de ser yo... Después que uno se juquea, ya es casi una cosa de vida o muerte”, relata quien estuvo en ese vaivén hasta el 2002, cuando, tras haber perdido a su esposa e hijos, se lanzó a la calle a vagabundear.

“Cuando uno está en esta situación, uno deja prácticamente de ser un ser humano y se convierte en una máquina en busca de droga y no le importa hacerle daño a sus hijos, su esposa o su madre por tal de curarse”, agregó quien vivió por seis años en diversos sectores del área metropolitana.

“Dormía debajo de los puentes, en los bancos, los matorrales, en las quebradas... donde me cogiera la noche”, expresó quien siempre tuvo su tag militar colgado al cuello.

Carlos, de 55 años, dice que durante esos años en la calle se acostaba y levantaba pensando en cómo conseguir la droga. Fue entonces que recordó el que describe como el peor de sus días.

“El día más horrible de mi vida fue cuando tuve que pedir dinero en las luces. Ahí se fue mi dignidad de ser humano, toqué fondo y dije: ‘Hasta dónde he llegado’”, manifiesta.

Pero eso no fue lo peor. “También robé. Lo hice varias veces. Me metía a las tiendas a robar cosas. Y eso es algo que yo, como persona sobria, sería incapaz de hacer. Jamás agarraría cosas que no son mías. Pero cuando uno está en la droga, uno deja de ser uno... la mente controla a uno”, dice.

¿Cuándo saliste de la calle?

Eso fue parapelos. Fue un Viernes Santo. Recuerdo que me acosté con un pote de pastillas al lado pensando en suicidarme y da la casualidad que estaba escuchando un programa radial en la que la locutora se enfermó al aire... aun así terminó el programa. Entonces yo dije: ‘Caramba, esta señora está enferma y terminó su show, ¿y tú te estás dando por vencido en esta vida? ¿Por qué no tratas una vez más?’”

Y así fue. Primero fue a una iglesia, la primera que se encontró, y le dijo a Dios “a calzón quitao”: “No creo en ti, no tengo fe, así que necesito que hagas un milagro o me des una señal para saber que eres verdadero y entender qué tengo que hacer con mi vida”.

Decidido, llegó al programa de rehabilitación que ofrece el programa Cuidado a la salud para Veteranos sin Hogar en el Hospital de Veteranos.

Allí rompió vicio y conoció las herramientas que debía utilizar para bregar con diversas situaciones que lo hacían vulnerable a las recaídas.

“Hice caso a lo que me decía el psiquiatra, fui a terapias de grupo en un hogar que se llama Hacienda de Veteranos (Caguas) y empecé a trabajar con esos monstruos que me dominaban y me descubrí”, dijo a quien le tomó dos años y medio retomar su vida.

Hoy, Carlos es un hombre totalmente rehabilitado y retornó al mundo laboral a través del programa Compensated Work Therapy (CWT), el cual le permite trabajar como escolta en el área de enfermería del hospital que lo acogió en el 2008, cuando decidió darse una segunda oportunidad.

¿Tienes otras expectativas?

Estoy consciente de que le hice daño a mis hijos... pero quiero recuperarlos. Pero si algo aprendí en este momento es que las cosas ocurren una a la vez y tengo que prepararme mentalmente antes de ir a buscarlos (a Estados Unidos) porque no sé cómo van a reaccionar.

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