domingo, 20 de febrero de 2011

A flote luego del maltrato

20 Febrero 2011

A flote luego del maltrato
Una joven es el ejemplo viviente de cómo, con la ayuda sicológica y emocional adecuada, es posible superar un pasado de maltrato juvenil Vídeo

Mira el vídeo Por Mildred Rivera Marrero / mrivera1@elnuevodia.com

Su abuela, un cura, un hogar de monjas y la intervención de profesionales especializados en maltrato de menores.

Esa fue la receta para que Keishla Rivera pudiera superar, en gran medida, el complejo esquema de maltrato que sufrió en su casa desde que tenía 13 años y que la obligó a irse de su casa.

Ahora que tiene 19 años, estudia enfermería en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Carolina, trabaja y hace unos meses se independizó del Hogar Rafael Ibarra. Aunque reconoce que aún tiene heridas que no han sanado y que necesita ayuda, asegura que no sería una ciudadana de provecho si no hubiera recibido ayuda sicológica y emocional a tiempo.

“Si no hubiera buscado ayuda no hubiera ni estudiado, mi mentalidad a los 15 años era que no quería estudiar, estaba cortando clases, en el relajo de las drogas, de las fugas pa' las playas”, cuenta la joven quien, incluso, atentó contra su vida.

“En mi casa era todo material. Tuve mi quinceañero de los deseos, mi cuarto lo tenía como yo lo quería, celular desde los nueve años, los “GameCube”, “Playstation”, había un televisor en cada cuarto. Yo prefiero, ahora mismo, haber vivido bien pobre y con mucho amor que vivir con todo lo material que tuve y sin el amor que un joven necesita para crecer”, confiesa.

No habla abiertamente de lo que le ocurrió cuando vivía en un sector apartado con su madre, su padrastro, un hermano mayor y una hermana menor. Sí revela que se lo contó a un primo y éste se lo contó a sus familiares.

Como otros niños maltratados, calló por miedo. “Estuve dos años ocultando lo que me estaba pasando por miedo, por no romper la familia, porque en mi mente, a esa edad, sabía que la familia se iba a dividir, y mi miedo a que mami no creyera”, recuerda.

¿Y no creyó?

“No”.

ESCAPA PARA SOBREVIVIR

“Decido salir de mi casa por sobrevivencia”, sostiene Rivera. Se peleó con su madre y se fue a casa de su abuela con su hermano, pero una vez allí se deprimió. Habló con el sacerdote de la iglesia a la que asistía y éste le habló del Hogar Rafael Ibarra, a donde se mudó.

Allí la refirieron para un tratamiento de terapias intensivas en el Programa Biosicosocial ubicado en el Recinto de Ciencias Médicas, en Río Piedras. Y comenzó un largo y difícil proceso de recuperación.

“Entendí por qué a jóvenes de tan corta edad nos pasan esas cosas y aprendí a manejar mis emociones, mis corajes, porque estuve viviendo un año con ese rencor y ese odio hacia esas personas que me hicieron ese maltrato”, dice sobre el programa Biosicosocial la joven que ahora sueña con especializarse en enfermería neonatal.

“Me ayudó a entender lo que estaba pasando y a aceptarlo. Aceptarlo ayuda a curar todas esas heridas y todo ese sufrimiento. El (Programa) Biosicosocial me ayudó a darme ese ánimo, ese apoderamiento de que lo debía hacer para mi futuro, que no tenía que ir a la escuela porque así lo exige la sociedad sino porque es mi futuro”.

“Siempre hay un espacio de superarse. Mi experiencia ha sido de superación”, afirma Rivera, quien visita la casa en la que su madre aún vive con su padrastro porque allí está su hermanita de nueve años y “no quiero que vaya a pasar la misma situación”.

Proyectos exitosos

Esa historia -en la que una intervención a tiempo es uno de los factores que ayuda a que un menor víctima de maltrato no sea una estadística más del crimen- es la de muchos otros participantes del Programa Biosicosial. Desde 1986, en esa iniciativa se atienden niños de entre cuatro y 16 años víctimas de violencia intrafamiliar, que son referidos por profesionales de la salud, el sistema judicial o agencias públicas, explica la directora, la pediatra Brenda Mirabal.

Es el único centro en Puerto Rico que atiende los casos más severos de negligencia, maltrato emocional, físico y sexual. Allí laboran Mirabal, como pediatra a tiempo completo, otra, a tiempo parcial, una trabajadora social, una sicóloga y una enfermera con maestría en salud mental. Se ofrecen un mínimo de 10 sesiones de terapia grupales o individuales a los menores y sus encargados. En los 24 años que lleva el programa, se han atendido cerca de 2,000 menores y sus encargados.

“Lo que queremos con la terapia es que ellos puedan apoderarse, que sientan que pueden superar esa situación, irrespectivamente del tipo de abuso”, explica Mirabal, quien estima que en los pasados años han aumentado los casos de abuso sexual y físico. Pero, más que aumentar en número ha incrementado la severidad de los casos.

AYUDA PARA LOS PADRES

Para trabajar de forma integral con esa situación, el Programa también atiende a los tutores o encargados, que en algunos casos es uno de los padres. Les dan terapias para que aprendan a criar sin violencia y apoyar a sus hijos.

“El beneficio es bien grande para los padres porque uno no sabe ayudar a su hijo, nos esclarecen muchas preguntas”, sostiene una de las madres que participa del programa y que, al igual que los demás encargados de menores, habló bajo condición de anonimato.

“Uno no se siente culpable de lo que le pasó”, señala otra progenitora, quien destaca que los servicios sean gratuitos porque no tiene ingresos para buscar ayuda privada.

“Si todo el mundo se diera la oportunidad de coger estas clases, Puerto Rico sería un mejor lugar habría menos violencia”, sostiene por su padre, un padre.

Otra institución, que también ofrece ayuda es el Programa de apoyo a víctimas de abuso sexual y su familia (PAS), de la Universidad Carlos Albizu. Desde el 2001, da servicios a menores víctimas de abuso sexual, incluyendo evaluación de alegaciones de abuso sexual y sicoterapias. Igual que el Programa Biosicosocial ofrecen prueba pericial en los tribunales, indica el director del programa, Larry Alicea.

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