domingo, 15 de agosto de 2010

Ha faltado voluntad

15 de agosto de 2010
El Nuevo Día
Por Ana Teresa Toro

“¿Usted es el que hace el papel de Jacobo Morales?”, le preguntó un muchacho en la calle al único director de cine puertorriqueño que ha sido nominado al premio Oscar que otorga la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas; gesta que celebra dos décadas desde aquella mañana en que, mientras se fumaba un cigarro, Jacobo reaccionaba a la noticia el que su película “Lo que le pasó a Santiago” había sido nominada en la categoría de Mejor película extranjera.

“Yo soy Jacobo Morales”, le contestó al joven con la candidez y el gusto de saber que ese tipo de anécdotas son parte integral del lugar que ocupa en el imaginario boricua. Y es que hablar de cine en Puerto Rico sin tomar en cuenta la voz de Jacobo Morales, sería indiscutiblemente, dejar un paréntesis importante, independientemente, de las opiniones que provoque su trabajo.

Por estas fechas el tema está en boca de todos los que siguen las crónicas -o quedan atrapados en los tapones- de la filmación de “Fast Five” en la Isla, de las cientos de personas que han acudido al evento anual de cortometrajes Cinefiesta que fue dedicado a Morales con motivo del veinte aniversario de su nominación y de aquellos que tienen fe de que el evidente furor que generan estos eventos pueda redundar en que, finalmente, pueda hablarse una Industria -con mayúsculas- nacional de cine.

Con el pretexto de escudriñar sobre esos temas y con la curiosidad de ver hacia dónde llevan las reflexiones que de ellos se desprenden, Jacobo Morales recibió a El Nuevo Día en su oficina-estudio; un espacio sencillo ubicado al lado de su residencia en San Juan. Apenas una camiseta y unos converse negros “para estar comodito, eso en el cine es muy importante”.

El aire del espacio no parece de ciudad, Blanca su esposa trae refresco de limón que sabe a campo y azúcar. A la derecha de la entrada, un espejo enorme impide que el visitante ignore su reflejo. En el estudio-oficina, donde tanto se habla de imágenes, la primera que se percibe es la propia. Un escritorio grande lleno de bolígrafos -siempre escribe a mano- y rastros humanos saluda de frente al mueble de una antigua máquina de coser. Tiene sentido. Cuando Jacobo habla de sus creaciones, habla de “tejer, coser, historias”. En la otra habitación, Blanca y su ayudante Marisol tecletean, contestan el teléfono, hurgan en archivos y toman decisiones sobre aspectos de producción. Las sonrisas de todos son contagiosas e irremediablemente acaba cualquiera sintiéndose -sino en casa- al menos en un entorno familiar. Digamos que, para qué negarlo, por poco y se les pide la bendición.

Tiene a Blanca en los labios todo el tiempo. La conoció cuando él tenía 15 años, se casaron cuatro años después y desde entonces han sido compañeros en todos los sentidos posibles.

El Jacobo que Blanca conoció era un muchacho curioso que habiendo comenzado a actuar como actor de radio novelas, decidió por asuntos de horarios cambiarse a la Escuela Central. Allí, mientras el profesor presentaba al alumno nuevo, al final de salón, con “una camisa color de rosa y una falda negra estaba una muchacha mirando al recién llegado con cierta curiosidad”. El resto fue la persecución en el palito de al frente y el definitivo, aunque bien sudado, sí.

Antes de eso, luego de haber vivido en Lajas, San Germán y Mayagüez, se estableció a los 7 años con su familia en el Viejo San Juan -Calle Luna con la San Justo-. De ese tiempo recuerda la primera vez que su papá lo llevó al Teatro Tapia. Allí vio una revista de Diplo: “A mí me matan pero yo gozo” o “Yo soy un infeliz”, no recuerda bien. También evoca con nostalgia de niño a aquel señor suave y de sonrisa candorosa que lo saludaba desbaratándole el gallito que lograba a fuerza del Vaseline Hair Tonic. Era Don Pedro Albizu Campos, con quien curiosamente, nunca habló de política; sólo de arte, literatura y teatro.

Lo cuenta todo en estampas, como pequeñas escenas que interrumpe sin perder el hilo. En la mirada, parece que las ve.

¿Cómo era ese niño grande?

Era una combinación de muchachito tranquilo con gran potencial de ser desobediente. Por ejemplo, recuerdo que me habían dado una medallita de arte dramático en la escuela y me presenté con eso en una emisora de radio. Esa misma noche me pusieron al aire y me estrené como actor. Yo estaba decidido a que mi oficio sería el de artista. Sí mis padres tuvieron miedo y yo los entiendo, me pasa lo mismo pero se trata de perseguir lo que tú quieres hacer teniendo en cuenta la realidad alrededor de ese deseo.

¿Cuáles son las primeras reflexiones a veinte años de la nominación al Oscar?

Yo empecé tardecito a dirigir, cuando Santiago tenía 55 años. Lo primero que pensaba era que a esto había que sacarle el máximo provecho y tener mucho cuidado porque hay que vigilar el ego. Hay que sacarle provecho para todo el mundo, para nuestra cinematografía y claro disfrutármelo. Cuando fuimos a Los Ángeles recuerdo que me decía: “grábatelo bien Jacobo”.

¿Cómo fue ese día?

Todo el mundo me preguntaba por la monja. Recuerdo que Blanca y yo estábamos listos puntuales y llegó la limusina con el anfitrión que nos había asignado la academia. Vamos en camino, con la bandera de Puerto Rico pensando que eso era un sueño, íbamos felices conversando y la muchacha conductora era nueva y se perdió. Llegamos más tarde y nos tocó desfilar con las grandes estrellas que son las que dejan para lo último. Y me dije disfruta esto, Jane Fonda por allí, Robert DeNiro por allá.

¿Tuvo miedo de no poder superarse a sí mismo luego de ese éxito?

No me lo permití. Hubo amagos, pero partí de mi convencimiento de que uno no puede fabricar un éxito. Desde el principio me resistí a hacer películas de fórmula. Siempre me gustó variar en temática, en estilos. Y el estilo es algo que tampoco se puede prefabricar, surge y a veces ni te das cuenta.

¿Qué vinieron a representar los premios luego de eso?

Son estímulos, recordatorios de la responsabilidad que tienes con la excelencia dentro de tus capacidades y la responsabilidad social que conlleva.

¿Podemos hablar de una época dorada en el cine puertorriqueño?

No. Pienso que ha habido épocas significativas, importantes. La época de la DIVEDCO lo fue con un cine accesible al campesinado, principalmente ameno y que además tenía contenido y sirvió de taller para escritores, directores, productores, editores. Fueron varios años para desarrollar artistas y gente de cine de distintas capacidades; también la época en que la Columbia Pictures tenía una división para hacer películas en español dirigidas a las comunidades puertorriqueñas en Estados Unidos y los últimos ocho años. Nunca había visto tantos jóvenes emprendiendo proyectos. Hay unos cruditos, otros regularsones y otros dignos de ser tomados en cuenta. Mucho de esto se está haciendo porque ha coincidido con la aprobación de un fondo cinematográfico administrado por la Corporación de Cine. Eso es un aspecto positivo.

¿Qué funcionó entonces?

La película respondía a una necesidad que tenía el boricua de mantener nexos, de estar en contacto con su cultura con sus artistas. El cine respondía a una realidad.

En los setenta por ejemplo, la publicidad fue el medio para que muchas compañías productoras pudieran subvencionar sus películas. ¿En qué momento esa serie de posibilidades de organizar una industria coherente quedó interrumpida?

Son distintas circunstancias pero hay que decir que a partir de la DIVEDCO, que era algo bien organizado, el resto venía por iniciativas propias, empresas pequeñas como Sandino Films hacían sus documentales, sus películas pero no venían con el apoyo sólido de algo mayor.

¿Qué opina a grandes rasgos del desempeño de la Corporación de Cine? ¿Cuál es su opinión respecto a la crítica constante que se le hace de que está politizada?

Lo está, como lo está todo el País. Comienzo por lo positivo. Es bueno que se quiera hacer de la Isla un destino para que vengan a filmar acá, eso trae taller, empleo. También, si bien es cierto que aplaudo el fondo cinematográfico que ha permitido que salgan varias películas en los últimos años también lo es que está a punto de desaparecer o de que decrezca.

Por otro lado, me inquieta que se pretenda hacer “cine comercial” estrictamente para que eso garantice la mayor posibilidad de recuperación. Porque si algo puede abrirnos camino es la excelencia, la calidad, la autenticidad porque ese cine comercial también le quiere borrar los perfiles culturales a las películas y eso es un disparate mayúsculo. No hay tal cosa como cine de arte o culto y cine comercial; existen buenas películas y otras que no lo son.

También me inquieta que con todo esto de la crisis fiscal, los máximos esfuerzos están dirigidos a convertir a Puerto Rico en un destino cinematográfico, que está bien, siempre y cuando el enfoque principal o uno de ellos sea dirigido a establecer, a desarrollar, a hacer crecer la industria cinematográfica puertorriqueña, a exportar nuestras películas.

¿En qué se ha fallado para que eso suceda?

Es una cuestión de voluntad y de tomar decisiones. Ahí está el fondo, hay que buscar la manera de que ese fondo sea recurrente, hay que seleccionar proyectos que tengan potencial, pero ojo, el potencial no quiere decir que sean comerciales sino que sean de calidad. Tiene temor a la autenticidad. Deben ser películas que respondan a nuestras realidades. Si algo hace universal a una película es la autenticidad. No hay cine que responda más a sus realidades que el norteamericano, esas películas son eminentemente norteamericanas, como todas las películas de Almodóvar que son indiscutiblemente españolas y nosotros acá buscando hacerlas más universales, más “internacionales”.

¿Qué ha impedido la continuidad?

Hasta el presente no ha habido un compromiso definido, concreto, real, de las esferas oficiales. Los países que ahora mismo se mantienen son los que cuentan con esa voluntad. Y el otro ángulo importantísimo es que debe haber un organismo de distribución y mercadeo. Las posibilidades de venta son infinitas. El primer país que compró Santiago fue Japón, el primero que compró Linda Sara fue Croacia. Ese organismo tendría que estar en constante exploración de las posibilidades de venta y distribución en el mundo porque si no hay recuperación razonable, si no hay continuidad, no hay industria. Puerto Rico es un mercado muy pequeño.

¿Qué piensa del incentivo que le ofrece el gobierno a las producciones extranjeras, tomando en cuenta que para las producciones locales son créditos contributivos, lo que deriva en que los cineastas locales se tengan que seguir endeudando para hacer una película, mientras que a las producciones extranjeras les devuelven el 40 por ciento de lo invertido aquí, aunque sean millonarias?

No he leído bien la ley pero tiendo a pensar que hay ventajería en eso. Yo creo que a la hora de aplicar esa ley, no pueden ponernos al mismo nivel que los grandes estudios porque estamos en amplia desventaja, creo que se debe empezar por hacer una ley que nos favorezca por las obvias limitaciones y para darle oportunidad de crecimiento a nuestra industria que cuenta con gente muy preparada. Si el País funcionara como funciona un “crew” de cine otro sería el cantar.

Aquí el cineasta tiene que convertirse en productor y termina haciendo una película cada cinco años.

En momentos de crisis económica países como Argentina han demostrado una capacidad notable para hacer buen cine con poco presupuesto. ¿Verdaderamente el dinero es nuestro único problema?

La Europa de la posguerra produjo excelentes películas. Ocurre que asocian el cine con el mito de Hollywood, con la megaproducción. Puedes hacer excelentes películas con presupuestos reducidos. Tenemos que seguir mejorando en el campo de la escritura de guiones, el cine es todo, es imagen sí, pero también es dramaturgia. Hay que hacer cine de lo que conocemos, a veces se quiere hacer cine a la norteamericana pero no se puede prefabricar el éxito.

¿Le duele el País?

Mucho porque es una prolongación del hogar. No había visto un ambiente de deterioro como éste. No entiendo porqué tenemos miedo a regir nuestro destino. Yo no lo tengo. Si la independencia de Puerto Rico no significa separación, significa integración al mundo. Hasta nuestras relaciones con los Estados Unidos van a mejorar si nos tratamos de igual a igual, pero tenemos que velar por nuestros intereses. Esta es nuestra casa.

Me simpatizó la huelga estudiantil porque trajo un nuevo discurso inclusivo que no es ese radicalismo de izquierda, romántico, soberbio. Tenemos que acabar con esa arrogancia intelectual entre los que creemos en la independencia de nuestro País. No es un arrebato nacionalista de qué buenos y hospitalarios somos; es mucho lo que tenemos que ofrecerle al mundo. Podemos hacer un país maravilloso.

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