martes, 20 de julio de 2010

Víctima de incesto relata abuso por parte de su abuelo

Víctima de incesto relata abuso por parte de su abuelo
martes, 20 de julio de 2010
Arys L. Rodríguez Andino / Primera Hora

Cuando su abuelo le cubría el rostro con una toalla porque le iba a poner “medicina” en el pene, Juan Carlos no entendía qué era lo que ocurría, pero con el paso del tiempo comprendió que aquello “no era nada bueno”.

Desde los cuatro años hasta los nueve, el joven de 22 años sufrió continuso abusos sexuales de su abuelo materno, un hombre que al ser maestro y dar tutorías en su casa siempre estaba rodeado de menores.

“Mucha de la niñez la pasé llorando. Recuerdo muchas lágrimas y miedo. La alarma del cuerpo emocional sonó temprano”, señaló el estudiante de la Universidad de Puerto Rico, quien quiso contar su historia para impulsar a otras personas a atreverse a hacer las denuncias que su fortaleza le permitió hacer a él .

Uno de sus primeros recuerdos con los avances sexuales de su abuelo materno fue cuando lo acompañó a un cuarto pequeño donde el ahora septuagenario guardaba cosas. Ahí fue donde le pidió que se cubriera la cara con una toalla para ponerle la “medicina”, que no era otra cosa que practicarle sexo oral.


“Después lo hacía espontáneamente; me bajaba los pantalones”, recordó.

Aunque muchos pedófilos utilizan la seducción y el emtrampamiento para lograr el silencio de sus víctimas, el abuelo de Juan Carlos se valía de amenazas explícitas.

“Una de las estrategias de mi abuelo para mantener mi silencio es una frase que él utilizaba mucho, de que los chotas mueren con un tiro en la nuca, así que te podrás imaginar. Mi miedo era ése, yo digo algo y me van a matar, voy a morir en las manos de mi abuelo”, expuso sobre el hombre con el que jugaba cartas y dominó.

Otro truco psicológico que utilizaba su agresor era decirle que era una manifestación afectiva. “Él me decía: ‘Esto yo lo hago por amor, es un secreto, es para que lo tengas más grande cuando crezcas’”, sostuvo.

Aunque los acercamientos sexuales ocurrieron en una casa en Guaynabo y en otra en Caguas, fue en esta última donde él entiende ocurrieron los peores sucesos, entre otras razones, porque era más fácil que no lo vieran. “Cuando estás en un segundo piso, escuchas la puerta (de abajo) y le subes los pantalones al nene y estamos ready”, declaró con una sinceridad por la que innecesariamente se disculpó.

Cuando la presencia de familiares impedía que el abuelo consumara sus fechorías, se llevaba al entonces niño “para arriba”, una zona desolada en un monte de Caguas.

“Me acuerdo que había un pastizal y detrás había un alambre de púa y había como un precipicio. Ahí se me tiró encima”, narró. Cuando ambos cayeron, el abuelo empezó a reír con la risa más macabra que recuerda Juan Carlos.

Otra de las imágenes que todavía lo golpean es la de una ocasión en la que el abuelo lo llevó a buscar unas películas en un cuarto oscuro en la casa de Guaynabo. Allí lo empujó contra la puerta y él recuerda cómo intentaba abrirla pero su brazo, pequeño en ese tiempo, no llegaba al pestillo.

“Ese recuerdo a mí me pone grave porque ahora, con este cuerpo que yo tengo, esa puerta yo la puedo tumbar con un codazo”, expuso.

Cuando su madre le preguntó concretamente si había sido abusado, Juan Carlos sintió el gran alivio de decir la verdad. “Eran lágrimas libres, no eran lágrimas de miedo. ¡Estoy libre!”, dijo que experimentó en aquel momento.

La revelación vino acompañada de ayuda psicológica y la separación de su abuelo, pero no de una acción judicial. “La relación con él se rompió por completo, pero de ahí se quedó en el baúl, en el silencio”, relató.

Pero el mutismo tenía fecha de expiración y años después, cuando la familia se preparaba para recibir a un nuevo bebé, Juan Carlos decidió que tenía que hacer algo para que ese niño no corriera su misma desventura.

La culpa y la complicidad eran dos cargas que él no quería arrastrar, y en julio de 2009 llamó al Centro de Ayuda a Víctimas de Violación y se orientó. Con el dolor de sus padres fue a la Policía y radicó una querella contra su abuelo.

“No lo hice de manera vengativa. Lo hice por prevención, para que no le ocurriera, porque eso para mí era imperdonable. Lo hice más por la prevención que por mí mismo. A mí ya me ocurrió”, dijo.

Antes de empezar el proceso judicial, les advirtió a sus padres que escucharían detalles que él no les había contado. “Me he sufrido más la parte de mi familia (que la del tribunal). A mí me ponía grave verlos a ellos sufrir”, afirmó.

Una probatoria de ocho años fue lo que recibió Héctor Rivera, gracias a un preacuerdo.

“Yo le hubiera dado cárcel. No creo en la pena de muerte. Con la cárcel basta y sobra, y allá adentro se entiende con los de la misma especie”, esbozó.

Si no cree en la pena de muerte, tampoco confía en la rehabilitación de los pedófilos.

“Por lo menos el término pedófilo no tiene cura. La cura de un pedófilo es un próximo niño”, articuló y añadió que su abuelo grababa programas en los que aparecían niños, como Barney, “pa verles las nalgas a los nenes”.

Aunque no llegó a ser sodomizado, Juan Carlos está seguro de que estaba muy próximo a ocurrir cuando todo se descubrió. “No me sodomizó, pero iba en escalada. Quizás a alguien le parece mínimo, pero si tú multiplicas cinco años por ocho veces que ocurría en un día llegas a la conclusión de que, ¡diablo!, está fuerte”, analizó.

Ahora que su abuelo figura en el registro de ofensores sexuales, el aspirante a trabajador social cree que pueden aparecer otras víctimas de su abuelo.

“Mi abuelo es un pedófilo”, sentenció.

No hay comentarios:

Publicar un comentario