martes, 23 de marzo de 2010

Ex adictos narran la ruta de regreso del infierno

Se cansa de vivir amarrada a la miseria

Ella apuesta a que ésta es la última. Siente que ya se cansó y no puede, no quiere y además sabe que no debe volver al mundo de la drogadicción que empezó a los 16 años y que la mantuvo por diez en la calle.

Ha pasado por varias instituciones en sus intentos de abandonar el vicio, pero es ahora, a punto de cumplir sus ocho meses de tratamiento en el Hogar Compromiso de Vida, que siente que su vida ha cambiado de rumbo.

“Ya tengo otra mente, otras metas. Quiero recuperar a mis hijos, pero tengo que armarme completamente, ir con las armas a la mano porque, si no, de nada vale”, dijo serena la joven de 27 años.

“Eva” fue una de esas personas que se quedaron pegadas a la primera que inhalaron heroína. “Probé y desde el primer momento se chavó la cosa porque seguí. Al otro día olí, al otro día olí, y seguí aumentando la dosis y de ahí seguí probando otras drogas”, confesó sobre un hábito que a los 18 años ya la tenía en la calle, prostituyéndose para pagar su adicción.

Nunca estuvo presa y nunca robó porque, según sus palabras, le daba bochorno. “Yo sé que más bochorno tenía que darme pararme en una calle a prostituirme, pero lo veía como más normal”, contó.

De sus sombríos días en la calle, donde la cura siempre aparecía, recuerda con horror la noche en que un cliente la secuestró por tres días en un apartamento que se abría con llave desde afuera y desde adentro.

“Me tuvo tres días trancá en la casa, enferma, vomitando porque no había conseguido droga. Estuvo tres días violándome y dándome medicamentos psiquiátricos de los que él tomaba”, confesó la joven, que llegó a pesar 100 libras en un cuerpo de cinco pies y nueve pulgadas.

En los semáforos pidió dinero y en la calle durmió, acostada sobre cartones y arropada con periódicos. “Dormir en la calle es horrible. Pasar hambre, frío. Es algo bien deprimente. Yo me sentía derrotada, que ya para mí no habían esperanzas y que yo no iba a salir a flote más”, recordó.

Pero algo en su interior le dijo que su cuerpo ya no aguantaba más, y le indicó a su tía que quería ingresar al hogar de Iniciativa Comunitaria. “Presentía que me iba a morir. No tenía fuerzas, estaba bien débil”, expresó la joven, quien llegó a ser talla 12 “de nena chiquita”.

En el proceso de desintoxicación no la pasó bien, pero no fue tan terrible como en otras ocasiones. “Aquí hay un protocolo de medicamentos que te ayudan a dejar la dependencia y, a diferencia de otros hogares, aquí el detox es de 21 días”, manifestó.

En la etapa en que se encuentra ahora y aunque tendría la opción de medicarse para controlar la ansiedad o mejorar la calidad del sueño, decidió que su tratamiento lo sigue “a capella”.

“A mí me gustaba tanto y tanto la droga, y el medicamento es similar a la nota de la droga, y el día en que no tenga mi medicamento me voy a volver loca y voy a querer ir a la calle”, confesó la joven.

Uno de los factores que la han ayudado a permanecer en el programa, además de la estructura y la disciplina, es que llegó voluntariamente.

“Si uno no siente el deseo no lo va a hacer por nadie. Uno puede ingresar porque papi me dijo, mami me dijo, pero cuando estés allá dentro la mente va a maquinar. Tiene que ser que uno se cansó ya de esa miseria. Si uno no se cansa, vuelve a lo mismo”, analizó.



Una lección bien aprendida

Llegó a los Hogares CREA con el “chalequito de jodedor” y ahora, 18 años después, vive feliz de que se lo hayan quitado.

Jorge Cruz Fuentes era uno de esos chamaquitos que se creían que se las sabían todas. A los 15 años ya había probado marihuana y de ahí pasó a la cocaína.

De usuario se convirtió en vendedor; pero, para saciar el vicio, consumía parte de su mercancía.

“El adicto es malamañoso y quiere más. Llegó el momento en que estaba quedando mal con los dueños de la droga. Empecé comprándole y ya no le compraba; tenía que estar cogiéndole fiao”, contó el hombre de 46 años.

Por drogas, tuvo problemas con la justicia y fue en la cárcel que conoció de CREA, una entidad que para él, en aquel entonces, “era para tecatos”.

“Tenía otro concepto, otra idea, que CREA no era para mí, era para los tecatos. Yo le decía a mi esposa: “Es que CREA es para tecatos y yo no soy tecato” porque en mi mundo, en mi fantasía, mi enfermedad me dictaba que yo no era tecato porque la inhalaba. Yo estaba en bobilandia”, narró.

La insistencia de que CREA era “para el que se la mete por venas” no le duró mucho y después de decirle a la esposa que él no podía irse a vender fundas, aceptó ingresar al programa.
A diario quería abandonar el tratamiento. “Mentalmente, todos los días, especialmente por la mañana, que me levantaba aborrecío”, aceptó.“El adicto tiene que bregar con lo que no le gusta”.

Aunque lleva casi dos décadas fuera de las drogas, Cruz Fuentes está claro en que “esto no acaba”. “Yo tengo que seguir evaluando con quién me relaciono, qué hago en mi vida privada y a quién yo monto en mi vehículo.

Aquí tenemos que hacer un compromiso existencial. Tenemos que seguir tonificando nuestros músculos mentales”, reiteró.

Acerca de la forma en que CREA trabaja la comunidad terapéutica, que incluye recortarse el cabello, usar pantalones cortos y vender en los semáforos, Cruz Fuentes señaló que todo tiene una razón de ser.

“El corte de cabello tiene un propósito, tiene una connotación terapéutica. En la medida en que va creciendo tu cabello, vayas tú creciendo emocionalmente. Los pantalones cortos, las tenis, la camiseta, eso simboliza un niño”, explicó.

Sobre la terapia de representación y ventas, que es como le llaman cuando salen a la calle a vender, además de obtener fondos para los gastos en los hogares es una manera de proyectar a la nueva persona.

“Es donde tú muestras la nueva imagen del ex adicto, donde tú vas a ir proyectando quién tú eres ahora y pones en práctica los buenos modales. 'Buenas tardes misi, con el permiso, me puede comprar un paquete de fundas'”, recitó como parte de las instrucciones que reciben.

Como reeducado y empleado de CREA, Cruz Fuentes asegura que es el programa más preparado para bregar con adicción.

“Yo no creo que ningún otro programa hubiera bregado con mi enfermedad”, recalcó.



Encara con valentía los vaivenes de la retirada

Por nueve años ha estado en tratamiento con metadona y hace unas semanas decidió que ya era tiempo de dejarla. Se cansó de estar yendo al mismo sitio todos los días.

¿Cómo te sientes?

Muy mal.

Nadyee Rodríguez sabe que la adicción no es una enfermedad que se coge de la noche a la mañana, así que sabe que en su rehabilitación tiene que trabajar día a día.

“Yo creo que el proceso rehabilitativo es un proceso bien largo”, mencionó Rodríguez, quien trata de mantenerse ocupada para aminorar, de cierta manera, los efectos que tiene en su sistema la ausencia de la metadona.

“Tienes que medicarte con medicamentos narcóticos fuertes. Tienes que tratar de tener todo el tiempo ocupado, durmiendo tres horas en lo que tu ritmo de sueño vuelve a establecerse”, observó.

Aunque considera que el tratamiento con metadona que ofrece la Administración de Servicios de Salud Mental y Contra la Adicción (Assmca) la ha ayudado, no cree que el programa “sea para 20 años”.

“Ahí difiero con todo el mundo, porque deteriora tu conciencia. Tienes que reforzar otras cosas”, evaluó. Por eso decidió limpiarse de todo.

“Yo estoy cansá de estar allí (en los centros de metadona) janguenado con la misma gente, haciendo las mismas cosas. Yo, en dos miligramos, decidí irme porque entendía que era un factor de riesgo en un momento tan delicado como dos miligramos”, expuso. “El proceso que estoy pasando ahora no es nada fácil, es uno de los procesos más delicados De sus días en la calle como usuaria de heroína, cocaína y crack prefiere no hablar. Tampoco de sus años en la cárcel ni de cuando vivía bajo un puente en Bayamón.

“Son cosas que ya yo enterré y no me gusta tocar porque me pongo sentimental. Hay cosas que tienes que aprender a enterrar y cosas que tienes que aprender a renacer”, comentó.

Ese reenfoque de vida se lo da, por ahora, hacer música y trabajar como técnica de mantenimiento en el Hospital Universitario donde sus supervisores, Humberto Díaz y Carmen Teresa Rodríguez, la consideran sumamente responsable.

“Soy de las personas que considero que todos cometemos errores y se merecen segundas oportunidades”, afirmó la supervisora, quien ha estado más pendiente de ella desde que supo que dejó la metadona.

La música ha sido una constante en la vida de Nadyee, aun cuando estaba en drogas. Terminó un bachillerato en piano y, aunque ve en el mundo de la música mucha vulnerabilidad, es lo que la ayuda en sus momentos de soledad.

“Ahora estoy en un ejercicio que parece zángano pero no lo es, que es el ejercicio de decir no a ciertas cosas, a tantas cosas que les dijiste que sí”, confesó la también estudiante de ingeniería.
porque me muero, sobrevivo o me muero"

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