lunes, 1 de febrero de 2010
Bárbara J. Figueroa Rosa
Primera Hora
En el ataúd yace el cuerpo del hombre y cerca de sus manos frías e inertes hay unas latas de su cerveza preferida. Ella fumó por muchos años y por eso la velaron con un pitillo en la boca. La caja fúnebre de otro fulano fue ubicada en una lancha, para escenificar su afición a las aventuras marítimas.
¿Irreal? Pues sepa que no. Las pasadas estampas fueron episodios verídicos en varias funerarias del país. Y es que los velorios en Puerto Rico han trascendido a un nivel que muchos podrían catalogar de morboso, ridículo o aberrante. ¿Quién puede olvidar al famoso muerto parao?
Sin embargo, para otros individuos, estas acciones -que incluyen la muy acogida práctica de realizar camisetas, stickers y banners con fotografías memorables del difunto- son la manera más sensible de despedir y decirle un último adiós a su familiar o amigo de una forma original y casi idéntica a lo que representaba en vida el occiso.
En este grupo están los dueños de las cerca de 300 funerarias que hay en el país, quienes han tenido que ingeniárselas para complacer el gusto de sus clientes -en su mayoría pertenecientes a una clase social media o baja- con sus paquetes de servicios.
“No creo que sea ridículo, lo que pienso es que los familiares lo que quieren es que se refleje en el velorio y entierro el estilo de vida de la persona que murió. Antes, el proceso era más solemne y espiritual”, destacó Angelina Ramos Carrillo, propietaria de la Funeraria Los Ángeles, en Guaynabo.
Y es que, según la empresaria, el negocio de la muerte ha evolucionado conforme con la exigencia de la época actual, por lo que es importante que los servicios fúnebres se ajusten a esas necesidades.
Claro, existen los límites. “Por ejemplo, tuve un jovencito que, dicen, murió por el control de drogas en su barrio y a él sus amigos quisieron honrarlo mandando a confeccionar un arreglo floral con hojas de marihuana. Yo me opuse rotundamente”, dijo la también florista.
El uso de música, fotomontajes y vídeos en los funerales es otro concepto que han incluido muchas empresas como parte del catálogo de servicios.
“No podemos perder de perspectiva que estas modalidades, como las camisas, las escoltas de motoras o four tracks y la música con tumbacocos, han surgido con las muertes de muchas personas jóvenes que vienen de una clase social media o baja”, dijo Víctor Ayala, dueño de la Funeraria Villa Nevárez, en Río Piedras.
El código de vestimenta de los difuntos, así como el de los visitantes al funeral, es otro elemento que ha sufrido cambios. En la ropa elegante, los sobrios blanco y negro han sido sustituidos por una inmensa gama de colores.
“Si es una persona mayor de 45 o 50 años, vemos que la tendencia de velarlo en traje continúa. En cambio, si es una persona menor de esa edad, el concepto es velarlo tal como se vestía para el diario. Por ejemplo, si le gustaba usar gorras, collares, gafas y ropa casual, ésa es la que quieren ponerle sus familiares”, explicó.
En cambio, entre las anécdotas que nunca olvidará Ayala, quien lleva 41 años en la industria funeraria, son aquellas peticiones de incluir en el ataúd a las personas con algún producto que los identifique.
“Me piden de todo. Desde cigarrillos hasta cervezas. ¡Ahhh! y hay quienes quieren que le echen las cervecitas en el hoyo”, asegura el empresario.
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