lunes, 30 de noviembre de 2009

Se quitan un peso de encima

lunes, 30 de noviembre de 2009
Arys L. Rodríguez Andino
Primera Hora

Entre ellos dos y ella han bajado las libras equivalentes a tres personas adultas. Por muchos años, vivieron la incomodidad de llevar más del peso que realmente aguantaban. Ahora, mientras avanzan en su retirada del área de los plus, se brindan el apoyo necesario para llegar a la meta.
Luis Colón nació gordito. Con 12 libras y 23 pulgadas, en el hospital se ganó el apodo de “el Abuelilto”.

Con el paso del tiempo, el bebé se convirtió en un hombre de 475 libras, un peso con el que seguramente no podría vivir mucho tiempo. “En las filas del comedor peleaba porque quería ser primero”, manifestó Colón, quien admitió que su familia le aconsejaba que “aguantara la boca”.
Pero no les hizo caso y hace tres años empezó a tener problemas de salud. “Me quedaba dormido, no me podía doblar, me daban dolores de espalda consecutivos, muchos mareos, y me caía porque el sobrepeso provoca desbalance”, narró el joven de 29 años.

A los avisos del cuerpo no les prestó la atención necesaria hasta que en el 2007 se quedó dormido mientras guiaba y cayó en un pastizal. Despertó en el hospital.
“El médico me dijo que tenía que tomar la decisión y me decidí en septiembre de 2008. O me operaba o me moría dentro de tres o cuatro años. Era de vida o muerte”, dijo sobre la cirugía bariátrica que se realizó el año pasado y que le ha permitido bajar 166 libras.
De la operación, lo único que sabía era que “todo el mundo bajaba”. “Empecé a perder peso inmediatamente. Ahora me dan ganas de salir; antes siempre estaba encerrado. Me siento más ágil y cómodo”, contó.

Aunque todavía falta 95 libras, confía en que para marzo esté en su peso y comenzar entonces un proceso de reconstrucción.
Brenda Pérez Acosta “no era de comer mucho arroz y habichuelas”, pero no tenía fuerza de voluntad para rechazar un bizcocho con un vaso de jugo. Fácilmente se comía tres paquetes de chocolate y, si había pavo, pedía carne frita.

Hace cinco años, cuando tuvo a su última niña, llegó a 300 libras.
“Ahí me metí a acupuntura, Jenny Craig y a mesoterapia. Bajaba a 250 fácil en tres meses”, recordó la policía estatal.
El problema era que si lo dejaba, volvía a engordar. “Aparte de que es un poquito costoso o los medicamentos no los puedes comprar porque los planes no los cubren y los empiezas a dejar y a dejar y cuando vienes a ver volviste a comer carne frita, chicharrones y chocolate y en menos de dos meses aumentas hasta el doble”, analizó la madre de tres.

Por eso, cuando vio el cambio físico en el padre de su hijo mayor después de una operación bariátrica, decidió que ésa sería su opción.
“Mi esposo me dijo que no me iba a firmar los documentos y yo, feliz, me puse soltera en los papeles”, confesó sobre la astucia de la que se tuvo que valer para lograr su propósito.
Ahora, con 74 libras menos y sin tener que usar la camisa de hombre de la Policía, hasta el dolor de espalda se le ha quitado. “Ahora puedo estar con las botas militares en un bloqueo las ocho horas dando tránsito y feliz”, afirmó.

También la pone contenta que sus hijas le digan que está linda, aunque al principio le decían: “Mami, te estás derritiendo”.
Todavía su estómago no tolera las carnes, pero en Acción de Gracias comió un pedacito de pavo y hasta arroz con gandules. Claro, ahora se sirve en un platillo de postre.
Aunque se operó por su salud, ya tiene la mira puesta en la reconstrucción que vendrá cuando baje las 22 libras que le faltan.

Pepe Luis Rolón Carter ya perdió 209 libras. Hace 13 meses se hizo un bypass gástrico porque no podía continuar con el deterioro causado por las 475 libras que arrastraba.
A pesar de que siempre fue “gordito”, no fue hasta la escuela superior que empezó a ganar mucho peso.
“Veía la comida y se me querían salir los ojos. Iba a Kentucky y me compraba 12 presas de pollo para mí”, confesó sobre un hábito que ocultaba.

Como muchos obesos, comía a escondidas.
“Por la noche iba a la panadería y compraba dos libras de pan. Como era calientito, yo llevaba un maletín y lo echaba. Mi papá me decía: 'Oye, ¿y tú con ese maletín?'. Yo le decía que eran unos papeles y me acostaba. Cuando venía a ver me había comido las dos libras”, admitió.
Más de una vez se rompieron las sillas plásticas en las que se sentaba y más de una vez le gritó a la gente que la comida que se servía en un bufé la había pagado él.

Cuando le dio diabetes, flebitis, hipertensión y apnea del sueño, supo que tenía que hacer algo. Tomó Fataché, se dio acupuntura y hasta ganó un concurso televisivo con Natural Slim. Ninguna pérdida de peso fue definitiva.

Intentó operarse en Boston y en México, pero no fue hasta llegar al Hospital Menonita que logró, al igual que Brenda y Luis, disminuir dramáticamente su peso.
Ya no se cansa y se sienta en las sillas plásticas. No tiene que comprar la ropa por catálogo ni tiene que ir a fiestas en sudaderas. Ya no se esconde.

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