martes, 29 de diciembre de 2009

"Jangueo" de ternura

martes, 29 de diciembre de 2009
Arys L. Rodríguez Andino
Primera Hora

De noche, cuando gran parte del país descansa, un grupo de voluntarios le hacen frente a gente que la mayoría rechaza. Cada viernes, mientras la luz del día se pierde, se preparan para hacer curaciones, intercambiar jeringuillas y brindar artículos de esos que llaman de primera necesidad pero que ellos saben no sustituyen a la sonrisa ni a la palmadita en el hombro.
Jangueo de amor les llama el doctor José Vargas Vidot, director de Iniciativa Comunitaria, a los recorridos nocturnos de la brigada.

El 25 de diciembre, como ha sido cada viernes de este año, los voluntarios están listos para salir. Es Navidad, pero no cancelaron. Antes de partir, Vargas Vidot repasa las medidas de seguridad, la manera en que se tienen que dividir para aprovechar el tiempo y el inventario médico.

Primera Parada
Una gasolinera en la 65 de Infantería es la primera parada.
Un joven, con paso ligero, se acerca a uno de los vehículos de IC. Del baúl, los voluntarios sacan un hot dog y se lo entregan. También una camiseta.
Rápidamente se aleja, merienda en mano, hacia un lugar que sólo él conoce.

Segunda Parada
También en la 65 de Infantería, el grupo de voluntarios llega hasta un pequeño centro comercial donde reposa Ángela, una mujer que probablemente pasa de los 60 años y que tiene por habitación una sábana curtida y una sombrilla negra. Se le ve tranquila mientras come, a pesar de un sonido estridente que se escucha en el lugar.
“Es para evitar que los deambulantes se queden aquí”, explica Vargas Vidot. “En San José hay otro lugar donde hay como unas duchas y sale agua”.
Pero a Ángela no le importa. Ya está acostumbrada, dice, y el ruido no le impide dormir en el lugar junto a otros que, como ella, no tienen techo.
Cuando le entregaron la frisa que una desconocida adquirió para ella, se abrazó a la tela. Una de las voluntarias le leyó la tarjeta cuyo mensaje expresaba el deseo de que Jesús siempre estuviera con ella.
Al lugar se acerca otro joven. A algunos de los voluntarios los saluda como si los conociera. Es que, en realidad, los conoce.
“Esta camiseta es de los cielos”, dice. Le ofrecen condones y los acepta porque “uno nunca sabe”. “Lo mejor de este grupo es la sonrisa”, afirma casi el mismo tiempo que llega otro deambulante, un veterano al que llama Jerry Rivera.
El grupo de voluntarios se despide y se dirige hacia una estructura abandonada. Vargas Vidot se baja antes que ninguno, linterna en mano. No encuentra a nadie.
Los deambulantes son, por naturaleza, errantes. A veces se van porque los sacan.

Tercera Parada
De Río Piedras se trasladan a Carolina. En una gasolinera abandonada los esperan varios individuos y cuatro gatos. Los felinos tienen muy buen aspecto.
“Es que ellos comparten la comida”, explica el doctor sobre lo bondadosas que pueden ser las personas de la calle.
Un hombre, cuya casa es la escalera de una iglesia, toma un poco del coquito que le llevaron los jóvenes voluntarios. Tiene 43 años, pero se ve más joven. “Si no estuviera en la calle, me vería mejor”, comenta.
Después de atender a siete, la brigada se va hacia otro lugar en Carolina. Ya son las 12:30 de la mañana.

Cuarta parada
La siguiente parada es en el estacionamiento de un restaurante de comida rápida. Rápidamente se acerca un grupo que, hasta ese momento, estaba sentado en la acera.
Mitchell, uno de los voluntarios que tiene la tarea de velar por el grupo, avisa que deben irse. El lugar ya no es seguro.

Quinta Parada
Los vehículos de IC continúan su marcha y se estacionan frente al esqueleto de un edificio. Las paredes que le quedan son usadas para propaganda de espectáculos, pero su interior les sirve de hogar a dos hombres y una mujer. Ella tiene 27 años y desde los 18 está en la calle.
No tiene casa, pero tiene a Puti, una gatita que rescató y a la que tuvo que esconder para que no la bajaran de la AMA.
La felina, al igual que ella, comió pernil y arroz con gandules en Nochebuena.
Mientras a su compañero de techo le hacen curaciones en las úlceras, ella limpia algunas de sus cosas con el agua que guarda en galones.
Los estudiantes de medicina que forman parte del grupo de voluntarios desinfectan la piel abierta. Debe doler, pero el joven no se queja. Con cuidado le estregan las úlceras antes de volverlas a cubrir con gasa.
El semáforo de la esquina se pone rojo y la puerta de un vehículo se abre. Una parranda ameniza, por un momento, la labor de los voluntarios.
Al joven de las curaciones le entregan una bolsita con multivitaminas. “Es una diaria, ¿te las tomas?”, le pregunta la joven que lo atiende.

Sexta Parada
La noche avanza y aún faltan deambulantes por atender, así que el grupo se mueve, otra vez, hasta la 65 de Infantería. Esta vez en un centro comercial semiabandonado.
Apenas se asoman las guaguas, empiezan a salir, como de la nada, varias personas. Una mujer delgada, cuidadosamente maquillada, se acerca cojeando.
Le revisan la pierna y no parece ser muscular. Le duele mucho. Le indican que debe ponerse hielo, pero ella no tiene casa, así que le sugieren que lo pida en un fast food cercano. Quizás se lo den.
Un joven se acerca sigiloso y da las buenas noches. “¿Están intercambiando jeringuillas?”, pregunta. Entrega dos y le entregan dos.
Otra de las que duermen ahí tiene problemas para respirar. Es asmática. Mientras le revisan los pulmones con un estetoscopio, a su esposo le examinan un ojo. Al parecer, ya sanó del golpe que se dio en una caída.
Todavía faltan horas para que amanezca y múltiples espacios por recorrer. El grupo de voluntarios continúa su marcha sin asomo de cansancio. Saben que el próximo viernes será otra noche de jangueo amoroso que sólo puede ser posible en una brigada humanista.

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