jueves, 30 de julio de 2009

El estrés del miedo

jueves, 30 de julio de 2009
Arys L. Rodríguez Andino
Primera Hora

Aun cuando lo sensato es tomar medidas de seguridad para minimizar las posibilidades de ser víctima de una agresión sexual o cualquier otro incidente violento, exagerar la cautela puede llevar a un nivel de estrés que desemboque en ataques de pánico.

La doctora en psicología Verushka López explicó que, cuando se piensa todo el tiempo en la posibilidad de una agresión, la persona se aleja de lo que es su rutina normal.

“No se puede sucumbir al pánico. Pensar todo el tiempo en el asunto puede llegar a afectar y entonces ya se debe buscar ayuda profesional”, mencionó.

En el caso de un desorden de pánico, López lo describió como bastante fácil de identificar.
“Es como un ataque al corazón y la gente piensa que lo es y hasta van a salas de emergencias”, declaró. Palpitaciones, sudor, dolor en el pecho y mareos son parte de los síntomas que pueden durar diez minutos.

Aunque son las víctimas directas las que tienen más posibilidades de desarrollar tanto ataques de pánico como el síndrome de estrés postraumático, la psicóloga aseguró que es frecuente que otras personas se afecten aun sin tener relación directa con la víctima.

“Si el estrés se coloca en un nivel donde interfiere en tu vida diaria, ya probablemente haya un problema que debe ser evaluado aunque no hayas experimentado un trauma directamente”, manifestó.

En ocasiones, para desarrollar los síntomas, basta con que la persona sepa del evento violento a través de otra persona o que simplemente lo haya leído o escuchado.
En varios de los complejos residenciales donde se han reportado agresiones sexuales los residentes decidieron, de alguna manera, responsabilizarse por la seguridad en sus lugares de vivienda.

En Vista del Río, Trujillo Alto, por ejemplo, un grupo de jóvenes hizo vigilia durante dos meses en los techos de los edificios para ver si atrapaban a los delincuentes.
En terapia de grupo, según la psicóloga, eso se llama universalidad.

“Se siente que no se es el único ni se está solo, que todos están expuestos y se crea una sensación de cohesión en el grupo”, detalló la doctora sobre las motivaciones de los residentes.
“Ellos mismos asumen el cotrol por la -en ocasiones- inacción de las autoridades porque todos están amenazados por la misma situación. Se crean grupos en las comunidades para vigilar lo que se entiende es lo propio”, observó.

El sociólogo Salvador Santiago respaldó que las comunidades se unan por un fin común, pero aclaró que el asunto no se puede quedar en la inmediatez de la noticia sin explorar con herramientas salubristas la frecuencia y la prevalencia de un acto violento como el ultraje.
“La salud pública se define como la ciencia que mira la salud del colectivo, no del individuo”, manifestó.

Acerca de las medidas de seguridad que toma la gente, que van desde rejas y alarmas hasta cámaras en los alrededores de la casa, Santiago dijo que a largo plazo no necesariamente disminuyen los delitos.
“Se debe aumentar el nivel de protección, pero pensar y vivir en paranoia no ayuda”, declaró el también psicólogo. “Crear un sector de pánico lo que hace es que nos enajena y no contribuye a la salud mental”.

Lo que sí considera efectivo es que la comunidad se reúna e invite a profesionales que les ayuden a minimizar el riesgo. “Pero que no inviten a los que venden alarmas y ponen cámaras. Ésos viven de eso”, recalcó.
“En Puerto Rico, y no tiene nada que ver con partidos políticos, todo el mundo piensa que la alternativa son más policías y más patrullas. El crimen no baja porque el acercamiento no es salubrista”, insistió.

Independientemente de las medidas que se tomen, Santiago considera esencial que el Gobierno cambie su “paradigna equivocado”.
“Tenemos que empezar desde bien temprano. Según se vacuna contra el tétano, se puede vacunar contra la violencia. Eso disminuye la agresión sexual. Todo se resuelve con mirada salubrista”.

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