miércoles, 5 de octubre de 2011

Ángeles de la población síndrome de Down


Carlos González / Primera Hora

Lo que muchos podrían considerar una condena ellos lo ven como una bendición.


La vida de Isabel Caro y Eugenio González, una pareja de maestros de profesión, fue transformada hace 15 años cuando Christopher nació.

La criatura llegó al mundo con necesidades particulares al padecer síndrome de Down y, en ese momento, sus padres optaron por dar el frente a esta situación con valentía.

En 1999, surgió la idea de establecer la iniciativa Angelitos de Amor en Rincón, un programa en el que jóvenes de distintas edades disfrutan de clases de aeróbicos, tutorías, talleres y manualidades, entre otros, bajo la supervisión directa de Isabel y Eugenio, junto con un grupo de voluntarios.

“Nos dimos cuenta de la necesidad que existía de orientar a la comunidad para que acepten a estos jóvenes... de que los trataran igual, que les brindaran las mismas oportunidades, tanto educativas y deportivas como sociales, de igual manera que a los demás jóvenes en el pueblo”, explica Eugenio González.

Para Isabel, dice, fue doblemente difícil, pues le resultaba desagradable el trato que su hijo recibía.

“En la comunidad rechazan a las personas con discapacidades. Tienen la desventaja de que se les nota físicamente, no les dan la oportunidad. Pero fue un reto en nuestras vidas y Dios puso a Christopher en nuestra casa porque vino a este mundo con un propósito. Entendimos que nuestro propósito es que las demás personas conozcan de la condición”, dijo la educadora.

Por ello, Isabel insistía en que Christopher, al igual que los otros niños con síndrome de Down, merecían recibir un trato similar.

“Quería que lo aceptaran como un ser humano cualquiera. Christopher era diferente físicamente, pero sabía que podía hacer las mismas cosas con ciertas limitaciones, pero iba a él”, destaca la madre. “Nunca vi a Christopher como si tuviera una condición”.

En sus inicios, la pareja -también padres de Roy (24)- enfrentó una serie de escollos que logró superar, particularmente dentro de su propia familia.

“Mi papá, que falleció hace dos meses, me decía que esforzaba a Christopher demasiado, pero le insistía que había que dejarlo que hiciera las cosas”, recuerda entre lágrimas.

Eso sí, para el matrimonio, siempre fue prioridad buscar las alternativas para que Christopher disfrutara de una adolescencia normal.

Un proceso cuesta arriba, pero satisfactorio

En un inicio, Angelitos de Amor no tenía un espacio fijo donde reunir a los jóvenes, quienes poco a poco se fueron uniendo a medida que se regaba la voz sobre los talleres que ofrecía.

No obstante, el Municipio de Rincón les habilitó un salón donde todas las tardes, de lunes a jueves, entre 4:30 de la tarde y 7:00 de la noche, Isabel y Eugenio reciben a quienes consideran su familia extendida.

Son niños y adolescentes con síndrome de Down, acompañados por sus padres, del oeste de la Isla.

“Trabajamos con voluntarios. Se fueron enterando de lo que estábamos haciendo y se comunicaban con nosotros para ofrecernos ayuda. Esos mismos voluntarios fueron regando la voz para que los padres de niños con síndrome de Down supieran lo que estábamos haciendo y nos trajeron los nenes para que participen”, dice Eugenio.

En ocasiones, la pareja acudió a la alcaldía de Rincón para que se les facilitara algún salón de conferencias. En otras, los mismos padres ofrecieron sus casas para reunirse.

“En cualquier lugar que sabíamos que nos podíamos reunir, llamábamos a los papás. Nos tomamos la libertad de llamar a alguien para saber si nos podrían recibir para nuestra actividad y siempre alguien nos abría las puertas”, añade.

La mejor recompensa que Isabel y Eugenio reciben es observar las sonrisas en cada uno de los jóvenes participantes.

“Somos como una familia. Así lo sienten los padres y los mismos niños. Nos consideramos una familia grande. Nos llevamos tan bien que en las buenas y en las malas siempre estamos juntos. No hay mayor satisfacción que ver a un niño que le hemos tratado de enseñar algo, vemos que lo logra y lo ponen en práctica”, sostiene Eugenio.

Quizás el ejemplo más dramático es Andy, un jovencito que tenía problemas para socializar. “Andy se sentaba solo y no había manera de que alguien le hiciera unirse para cantar y bailar, hasta que un día logramos que se levantara. Desde entonces, es distinto en la casa, en la escuela. Las maestras le han dicho a su mamá que Andy ha mejorado y ha sido gracias a que lo han traído a Angelitos de Amor”, dice un orgulloso Eugenio.

Y, ¿hasta cuándo seguirán en Angelitos de Amor?

Mientras tengamos fuerzas y salud, vamos a estar aquí.

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