miércoles, 20 de julio de 2011

Evoluciona el ir y venir de los viajeros boricuas

Leysa Caro González


Viajar era todo un ritual para el puertorriqueño que por primera vez abandonaba su terruño. Entre miedos y novedades, el jíbaro se “embarcaba” en una aventura inolvidable.

No se trataba de cualquier cosa. El viaje envolvía seleccionar el outfit adecuado, aun sí fuera prestado. Los hombres hacían alarde de sus mejores galas: camisa, corbata, pantalones con filos y zapatos bien lustrosos.

Las mujeres sacaban su conjunto de hilo planchado con almidón y las medias pantyhose, de ésas de las que ya casi no se encuentran en las tiendas, eran el complemento perfecto para viajar de punta en blanco hacia los niuyores.

La comitiva de despedida o recibimiento era extensa, que si el viejo y la vieja, los hermanos, los abuelos y hasta la madrina viajaban desde la Isla para despedir al familiar que se “embarcaba” por primera vez.

Y ni hablar de lo que cargaban, que si el lechoncito para el nene, los pasteles para la nena, el dulce de coco homemade y los demás gustitos que tanto añoran quienes viven lejos de su tierra.

Pero, en el 2011, poco queda de esta histórica estampa, sólo los recuerdos de quienes vivieron esa época. El establecimiento del libre comercio, para la década de los 70, y las más recientes restricciones de seguridad han hecho la experiencia nada novedosa y hasta poco agradable.

Que si sólo una maleta de mano, que si ningún frasco líquido de más de tres onzas en el equipaje de mano, que si hay que pagar $25 por una maleta adicional y $5 por el headset, y ni hablar del momento de pasar por el check point, donde hay que quitarse hasta los zapatos.

Así que, nada mejor que optar por viajar lo menos emperifollao posible. Nada como unos cortos, sandalias y una t-shirt, por lo menos así piensan la mayoría de los puertorriqueños.

“Hasta los 60, la gente viajaba impecablemente vestida. Ya en los 70 todo comenzó a cambiar”, recordó José Pla, quien laboró por 19 años para Eastern Airlines y otros 20 para US Airways.

Algunas cosas han evolucionado y otras han regresado. Entre las que están in de nuevo está la venta de lunch boxes. Mientras, entre las que desaparecieron está el uso de vajilla de porcelana y cubiertos a la hora de comer.

“Estaban los china services, que eran los platos de porcelana y los cubiertos de plata. Para el 70 viene la desrregulación y cambió el juego completo”, contó mientras recordaba que estas piezas se convertían en los souvenirs ideales.

Para esa época fue que las líneas aéreas tuvieron la potestad de decidir hacia dónde viajar y a qué costo, y con esa libertad vino la eliminación de algunas costumbres que hasta el momento las habían diferenciado. “Lo primero que desaparecieron fueron las comidas extravagantes”, añadió Pla, quien posee una agencia de viajes.

Más cambios
Las transformación surgió no sólo en la forma de vestir y en los ofrecimientos de las líneas aéreas, sino también en lo que llevaban consigo que estaba determinado por la época del año.

“Llevaban pasteles, el caldero de arroz, las morcillas y lechones enteros asados que, algunos, no llegaban a Nueva York, sino que desaparecían en el camino”, mencionó Pla.

En las Navidades no podía faltar el pitorro. “Los rones los escondían por todos lados y si tú se los quitabas, te decían: ‘dame cinco minutos’ y glu, glu”, dijo Pla en señal de que se terminaban el traguito rápido.

Los años trajeron consigo también la evolución en la venta de pasajes electrónicos que han acabado con una costumbre típica, y era el insertar en el álbum de fotos la parte del boleto de abordaje que decía el destino por visitar. “Antes era una libreta de ticket con el nombre y logotipo de la línea aérea. La gente la guardaba”, recordó Luis Molina, director de la recordada película La Guagua Aérea, al destacar que este cambio ha provocado además una merma en las agencias de viaje.

Y cómo olvidar a las azafatas que para aquella época eran cuidadosamente seleccionadas. “Yo recuerdo haber ido a la academia de Eastern y eran como las Rockets. Todas tenían que tener al menos 5'6 de estatura; no podían medir sobre seis pies, tenían que tener un peso, y el pelo no les podía tocar el uniforme. Las uñas tenían que estar siempre pintadas y tenían que usar medias”, mencionó Pla.

“Eran americanas al comienzo y luego, por el idioma, entraron los puertorriqueños”, añadió el también director del Sueño del regreso.

Molina recordó además los viajes nocturnos hacia la Ciudad de los Rascacielos, que se les conocía como de “los tomateros”, pues en éstos iban nuestros jíbaros a recoger tabaco, fresas, melocotones, manzanas y también tomates. “Se metían en palos e iban borrachitos por ahí arriba, como corderitos”, dijo Pla.

El aeropuerto, en sí, su estructura, ha sido objeto de una transformación. Antes había tiendas de corbatas y hasta de seguros de vida, las cuales ahora mismo ya no existen. El mirador estaba en una área de techo y se cobraba 10 centavos para acceder a él.

Sin embargo, también hay cosas que persisten en el tiempo y entre éstas está la estatua de la Virgen de la Providencia que permanece a la entrada del aeropuerto en la avenida Baldorioty de Castro.

Hay varios relatos que justifican su ubicación. Uno de ellos es que un piloto de un avión comercial rogó a ella en momentos en que pensaba que perdería el control de la nave y se estrellaría. En testimonio de que las oraciones fueron escuchadas y decenas de vidas fueron salvadas, varios creyentes instalaron la efigie, que ha permanecido allí desde la década de los 50.

En el 1984, durante su visita en la Isla, el papa Juan Pablo II se detuvo a orar frente a ella en momentos cuando regresaba de oficiar una misa en los terrenos del centro comercial Plaza Las Américas, en Hato Rey.

“El aeropuerto internacional Luis Muñoz Marín es un espejo de nuestra cultura, en el cual día a día los que laboramos aquí experimentamos una motivación adicional para sentirnos orgullosos de ser puertorriqueños”, dijo Kike Rivera, coordinador de Relaciones Públicas del aeropuerto.

lo mismo
Pero, sin duda, hay costumbres que no se olvidan, que siguen siendo las mismas. Queremos ser los primeros en abordar y los primeros en bajarnos. No nos paramos del asiento por miedo a que una turbulencia nos sorprenda en el baño. El clic de los cinturones de seguridad está coordinado con las ruedas del avión cuando aterriza, y cómo obviar los famosos aplausos que dejan a muchos turistas preguntándose, ¿qué pasó?

Y, hoy, por supuesto, se añade la llamada desde la misma pista de aterrizaje: “cariño, ya llegué”.

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