martes, 9 de febrero de 2010
Sara M. Justicia Doll
Primera Hora
De día estudia enfermería en un colegio del área metropolitana. De noche se convierte en trabajador sexual y lo que gana al prostituirse le da para pagar su casa, las cuentas, sus estudios y su vida.
Hace un año Manuel (nombre ficticio), un joven de 24 años que accedió a hablar con este diario, se enfrentó al escenario que día a día encaran miles de puertorriqueños. Desempleo y falta de plazas permanentes que paguen un salario decente.
Las pocas que hay disponibles no necesariamente son en las áreas de estudio en las que uno se concentró.
Entonces, para él la calle se volvió la gallina de los huevos de oro.
Entonces las horas de sueño se volvieron pocas.
Durante el día, Manuel estudia sus cursos de enfermería. Por la noche, sale a su “lugar de trabajo” en busca de clientes.
“Esto es una doble vida. Es algo que no está en mi vida normal. Nadie sabe de esto porque todos mis familiares están lejos”, confesó.
Así dice el joven que se prostituye hace poco más de un año.
Había conseguido trabajo en un restaurante de comida rápida, pero tras hablar con un amigo que es trabajador sexual se dio cuenta de que en una noche podría hacer en dinero lo que cobraba en el establecimiento quizás en una semana.
Así, temeroso y con una gran incertidumbre sobre lo que sentiría al adentrarse en ese mundo, llegó a una zona urbana donde se concentran trabajadores sexuales.
“Entonces probé un día y me quedé, ya llevo como un año. El dinero llega en buenas cantidades. En un día te pueden dar $300, que te da para los gastos de dos o tres días. Si es así, tengo que trabajar toda la semana. Si es una buena noche, con cinco clientes, pues bajo la cantidad de días de empleo. Con el dinero pago mi casa, mis gastos personales, mi apartamento”, explicó.
Difícil el primer encuentro
Esas primeras experiencias al encontrarse con sus clientes hombres no fueron nada agradables.
“Te estaría diciendo una mentira si te dijera que me gustaron. Las primeras veces estaba alcoholizado, otras fumaba marihuana. He ido sobrellevando la situación hasta que me he acoplado”, dice el joven, quien se define como heterosexual, aunque sus clientes son varones.
Y es que llega a la zona urbana de trabajo con indumentaria masculina. Nada de trajes, implantes o maquillaje. Él es “macho”, así lo dice, y sus clientes son hombres.
Actualmente, el joven no tiene pareja. Pero se apresura a afirmar que le gustan las mujeres y que ha tenido novias ya estando en el trabajo sexual. Novias ajenas a la doble vida de su enamorado.
“No soy homosexual. Claro que sí he tenido mis parejas (femeninas). Ellas no saben lo que yo hago de noche. Ninguna sabe lo que está pasando”, dice.
Los clientes son mitad locales y mitad turistas.
Estos últimos son los que mejor pagan, pero también los que más trabas presentan para pagar, ya que lo quieren hacer luego de que se presta el servicio.
“Siempre cobro antes del servicio. Cuando son clientes que me llaman y son personas finas, pues no los voy a espantar de un cantazo y uno tiende a confiar en ellos por las apariencias, pero después, a veces, si no te quieren pagar, uno se pone guapo y le dice ‘me pagas o se va a formar algo’”, narró.
Cuando no son locales los que llegan al lugar de trabajo, pueden ser turistas que hasta envían taxis para que llegue a equis hospedería.
Es muy frecuente este tipo de servicio en Isla Verde, Santurce y Condado, dijo. La clase de servicio varía
“La mayoría de los clientes lo que quieren es relaciones orales o penetración. “A mí no me gusta que me penetren, pero he tenido que hacerlo. Si me dicen que me dan $400, pues uno accede”, dice.
El joven utiliza profilácticos para protegerse porque es consciente de los riesgos de contraer enfermedades.
“Al lugar de trabajo viene la organización Tanamá, que nos provee hacernos las pruebas en el sitio y eso es bueno”, comentó.
Aunque aspira a graduarse de enfermero, Manuel no sabe si continuará prostituyéndose para mantener un ingreso adicional. Dice que la crisis económica en cierto sentido lo obliga a eso. Quizás también influye la expectativa social de mantener un estándar de vida.
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