Por Jorge Rodríguez, ESCENARIO
El Vocero
26 de septiembre de 2009 04:00 am
LA HABANA, Cuba— Es en el histórico hotel de Ambos Mundos, de La Habana Vieja, donde ubica el cuarto del escritor norteamericano Ernest Hemingway, ganador del Premio Nobel de Literatura 1954, por sus novelas “Adiós a las armas” y “El viejo y el mar”, con toda una memorabilia —que incluye a sus esposas y amantes—; pero cuya curaduría constante se encuentra a cargo de la cubana Esperanza García Fernández.
Sus grandes recuerdos y objetos museísticos se encuentran, de hecho, en la Finca La Vigía del escritor, en el barrio San Francisco de Paula de las afueras de La Habana. Anualmente, García Fernández escoge un tema y va intercambiando piezas de un museo a otro, hasta formalizar su más reciente investigación, que este año versa en sus esposas y amantes. Como premio, el espectador podrá contar nada menos, entre sus amantes en esta propuesta, a la diva alemana Marlene Dietrich como visitadora oculta del magno escritor.
En La Vigía, con sus angostas veredas de flora tropical y hoy Museo Hemingway de La Habana, el escritor construiría las imágenes de novelas como “A través del río y entre los árboles”, “El viejo y el mar”, “París era una fiesta” e “Islas en el Golfo”. Sin embargo, después de un recorrido palmo a palmo por este espacio playero, hay rastros del escritor marcando por más de 20 años, signos en una esquina del baño —como los confinados en las paredes—, registrando de su puño y mano, los días que le quedaban de vida por su condición de cáncer. Esos números iniciales aglomerados en su baño demuestran una pérdida inicial de peso de 40 libras.
De una parte, el baño es compartido por dos cuartos: uno con el estudio del artista, con un buró, libros —hacinados por miles en todas las partes de la casa—, cuadros, cabezas de animales trofeos de distintos safaris, una cama de una plaza, y a dos pies, sobre otro librero, se encuentra su maquinilla portátil Royal en la que escribía de pie descalzo sobre la piel de un kudú cazado en 1953. Tenía tres, y una de ellas estaba en Ambos Mundos, que es la que se exhibe actualmente.
Esta casa detenida en el tiempo, tal y como Heminway la dejó, fue donada al gobierno cubano por Mary Welsh, cuarta esposa de Hemingway, a petición del escritor. Construida en 1887 por el arquitecto catalán Miguel Pascual y Baguer, en la cima de una colina, La Vigía era la residencia oficial del escritor fuera de los Estados Unidos. Además de concluir la escritura en estos predios de la novela “Por quién doblan las campanas”, la finca encubrió durante la Segunda Guerra Mundial, a la organización antifascista Crook Factory, utilizando Hemingway su famosa embarcación “Pilar” —que se encuentra en estos terrenos— para hacer patrullaje antisubmarino en aguas próximas a Cuba.
Entre el comedor y la sala existen lozas y cristalería con el emblema de Finca Vigía, una cabeza de flecha de la tribu Ojibway; y el sofá de la biblioteca, donde el actor Gary Cooper dormía cada vez que visitaba, toda vez que no cabía en ninguna de las camas de la casa. Hay también un sencillo escabel, regalado por su segunda esposa que lee “Poor Old Papa”. Los muebles diseñados por Tobby Bruce de Key West y Welsh fueron construidos por Francisco Castro y otros carpinteros lugareños. Residiendo aquí le fue entregado el Premio Nobel que le dedicó y le entregó al pueblo cubano.
Welsh mandó a construir en 1947 junto a la casa una torre con tres pisos. El primero era para alojar los más de 60 gatos que tenían y que hoy se utiliza para albergar exposiciones trashumantes sobre la vida de Hemingway. En el segundo piso hay una colección de fotos de sus días pasionarios de pesca en Cojimar y de la filmación de la película de “El viejo y el mar” con escenas con el actor Spencer Tracy y el pescador que inspiró ese relato. El tercer piso es otro estudio con una vista espectacular hacia La Habana pero que Hemingway nunca utilizó.
Más adelante hay una piscina inmensa, una de las primeras construidas en Cuba, un pequeño cementerio de los perros del escritor: Black, Negrita, Linda y Nerón, y el barco “Pilar” de 1934 que Hemingway ayudó a diseñar. Espacioso de popa y estrecho de proa —y con una réplica en miniatura en Ambos Mundos—, éste fue construido de roble y alcanzaba una velocidad de ocho nudos. En él se iba de excursión en busca de las agujas azules en la Corriente del Golfo, a Cayo Paraíso o en la costa de Camagüey. En Cojimar aún recuerdan a Hemingway como “Mr. Way” y existen múltiples anécdotas sobre sus amigos de allí, las “cañas” que se daba con todos y los frutos de la pesca.
En La Habana, tanto en el bar Floridita como la habitación del quinto piso del Hotel Ambos Mundos se mantiene intacta la memorabilia del escritor, dispuesta para los turistas y los estudiosos de la obra hemingwayana. Se le acredita al autor, nacido en 1899 en Oak Park, Illinois, por estos recintos, crear presumiblemente el cóctel del daiquirí.
“En la habitación de Ambos Mundos, Hemingway se instaló entre 1932 a 1939. Por supuesto, no era permanentemente. Aquí escribió las crónicas “Muerte en la tarde” y “Las verdes colinas de Africa”. Después compró su finca y de todas las pertenencias que se ven aquí, todas cambian según los temas. El año pasado abarcamos el tema taurino y las corridas de toro en España. Este año son las mujeres y las pasiones. Hay fotografías de todas sus esposas y sus amantes. Marlene Dietrich también pasó por su vida, y cada una de sus mujeres fueron motivo de inspiración al escribir. En Ambos Mundos tenemos fottos de sus cuatro esposas, y de sus amantes italiana y cubana. Esta última se llamaba Leopoldina, quien era muy bonita. Tenemos en esta exhibición tres artículos peridísticos de cuando era corresponsal de guerra. Cada año cambiamos la exposición”, señaló la curadora, especialista, traductora, guía y museóloga García Martínez.
En la mañana del 2 de julio de 1961, en el vestíbulo de su casa estadounidense, en Ketchum, Idaho —no se sabe aún cómo—, si fue que se puso su rifle de doce calibres en la boca o estaba jugando la ruleta rusa o si se lo apuntó entre las cejas, la cuestión fue que éste se disparó volándose toda la cara.
Dejó para el mundo distintas antologías de cuentos como “En nuestro tiempo”, “Hombres sin mujeres” y “Tres cuentos y diez poemas” de su época como corresponsal de prensa del Toronto Star; relatos de no ficción como “Muerte al atardecer” y “Las verdes colinas de Africa”; y otras novelas como “Tener o no tener” y “Adiós a las armas”.
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