martes, 4 de agosto de 2009

Prisionero de la costumbre

martes, 4 de agosto de 2009
Libni Sanjurjo Meléndez
Primera Hora

El hombre deambula hace 20 años, tras un divorcio y recibir atención psiquiátrica 6

Ese carro está ahí desde hace tiempo. Es un Pontiac Bonneville del 1992.
Se asienta sobre una enorme alfombra de hierba que extiende su territorio para vestir el terreno ocupado por los árboles de la orilla de la carretera.
Ése es el asfalto por el que diariamente transitan conductores que toman la salida de la concurrida avenida Piñero hacia el expreso Luis A. Ferré. Pero aquel vehículo es el único que no se mueve, desde hace dos años.

Ése es el auto de José Ramón Santos Navarrete. Él vive allí. Tiene 62 años de edad.
Un enorme árbol los cobija con su sombra y brisa, aunque su protección se vuelve prescindible durante las noches de lluvia. Dice que se asfixia. Tiene que hacerlo si quiere proteger las pertenencias que guarda en el interior del vehículo.
“Todo lo que yo tengo -asegura- es esto”.
Llegó allí por una falta de combustible. “Una tarde, hace dos años, me quedé sin gasolina... Dije: ‘Me voy a quedar con el carro aquí por esa noche’... y al otro día, como vi que dormí bien chévere, dije: ‘Contra, qué chévere...”.
Su vida de nómada, sin embargo, inició hace dos décadas.

Acostumbrado a la calle
Hoy José Ramón confiesa que se adaptó a vivir sin techo seguro. “Me acostumbré... me acostumbré... a estar en la calle”, revela a Primera Hora.
Todo comenzó, según su relato, cuando se divorció de su esposa. Vivía en Parque Ecuestre en Carolina. Se quedó con la casa pero, posteriormente, José Ramón fue recluido en un hospital psiquiátrico. Era paciente de salud mental, indica.
Vendió la casa. Desde entonces, la vida nómada ha sido su rutina: hoteles, moteles, playas, casas familiares, albergues y el merendero de la cafetería donde trabajó hasta hace dos años.
Sus ingresos provienen del cheque del seguro social. Solía trabajar como chofer de camiones y empleos en almacenes.

¿Cómo es un día en su vida?
“Casi siempre despierto antes de las 5:00 de la mañana. Tengo un radio con batería. Oigo las primeras planas de los diarios. Luego voy a desayunar en (el supermercado) Pueblo o en Plaza (Las Américas). Voy al teatro. Si no sirven las películas, me voy a caminar pa’l pueblo de Bayamón, de Carolina, cualquier otro lugar, a caminar, sentarme, esperar un rato”.
¿Esperar qué?
“Nada. Esperando que pasen las horas”.
¿Le gusta vivir así?
“No. A mí lo más que me gusta es el trabajo”.
¿Por qué no trabaja?
“No le dan la oportunidad a uno... Donde uno pueda seguir pa’ lante, oportunidad de vivienda”.

José Ramón regresa al carro como al mediodía. A esa hora tiene la visita de unos trabajadores que acostumbran almorzar debajo de la sombra del árbol. “Ellos imaginaban que yo era como loco, pero al ver que comentábamos... Ya saben que no tengo nada de loco”, dice.
Al continuar la tarde, las noticias siguen siendo su compañía. También pasa las horas con el juego de cartas solitaria.
Tiene familia, pero está peleado con ella. La relación con su ex esposa e hijos no parece ser la mejor, contó.
Todos saben que vive así, admite.
¿Cómo es la vida en la calle?
“Es dura. Es fuerte”.
¿Lo más difícil?
“Todo. El amanecer, el comer... Lo más inquieto es el baño, el sanitario”.
Él llena un envase de gasolina con el agua que recoge de la llave de un lugar, cuyo nombre se reservó porque me “cierran el grifo y después es malo conseguir”.
Se baña como a las 7:00 de la mañana. “En una esquinita”. Uno de sus inodoros es el de un centro comercial cercano.

¿Ha estado en peligro?
“Claro. Una vez me sacaron un arma de fuego para asaltarme... Pero ya me conocen”.Al principio lloró, a pesar de que “soy hombre”, dice. “Cuando salí a deambular, a caminar, la primera ocasión, yo hasta lloré. Me eché pa' atrás por el sueño y la borrachera que tenía. Cuando desperté con la luz del sol, me vi así y hasta lloré. ¡Imagínese!”, añade.
¿Ahora llora?
“Ahora no. Ahora, ahora estoy bien acostumbrao... Ya no”.

Actualmente José Ramón realiza “un esfuerzo” para identificar una vivienda que le permita encender su vehículo para que deje de ser el coche de la carretera.
Al final de nuestra conversación me pregunté si cualquiera podría ser un José Ramón Santos Navarrete.

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