martes, 13 de julio de 2010

Sonrisas que rompen con el aislamiento

12 Julio 2010

Aibonito - Lejos del casco urbano, entre curvas y cuestas, la vieja escuela que sirve de local al Sub Centro Esperanza para la Vejez del barrio La Plata se convierte durante la semana en un taller de manualidades, juegos y risas. Néstor Rolón y Elena Morales son los encargados de ocupar cada día las siete horas que pasan con quienes consideran su familia.

Allí no hay lugar para el aburrimiento. Afuera se escucha a Rolón cantar el bingo: “El medio paquete, G50; la mala suerte B13”. Las risas de quienes bromean mientras buscan el número en el cartón no se hacen esperar.

Desde la puerta se observa el salón lleno de adornos en forma de faros, botes y peces.

Espirales de colores caen del techo y en los centros de las mesas hay palmas hechas de papel construcción. “Con cualquier material que encuentre nos ponemos a decorar o enseño a hacer cualquier adorno”, aseguró Morales quien también entrega almuerzos a quienes reciben el servicio en el hogar.

En cuestión de minutos, sacan los papeles de colores, pega y tijeras. El salón que tiene dos filas de tres mesas se divide y algunas de las mujeres se encargan junto a Morales de hacer postales en forma de camisas. Al otro lado, Rolón anima el juego de dominó.

Para ambos, el voluntariado es su diario vivir. Desde hace poco más de un año dedican todas las mañanas a llenar de detalles la vida de los participantes del centro. En el caso de Morales, su esposo - que trabaja como chofer en el lugar - la animó a colaborar allí, luego que dejó de trabajar por motivos de salud. Rolón, por su parte, decidió acompañar a su esposa, que ya es participante. “Me dicen que me falta un año para entrar”, bromea.

Con 59 años de edad, él siente además una responsabilidad con las personas que lo vieron crecer en el barrio La Plata. “Ellos son los que me hacen sentir importante. Yo que me pasaba en la finca, ahora bajo todos los días por estar con estas personas que son mi familia, que me recuerdan a mi papá, a mi mamá”, expresó.

Una de esas personas es Julio Rodríguez, conocido como Don Pepe, quien trabajó por muchos años junto al papá de Rolón como chofer de guaguas públicas. Rodríguez contó que fue el mismo Rolón el que le habló del centro. “Mi casa está al lado de la finca donde él tenía animales y un día me dijo que llegara hasta aquí. Le tengo que agradecer muchísimo porque me pasaba encerrado en mi casa y aquí disfruto”, indicó.

Para los 36 participantes, llegar al Centro para la Vejez que ubica en el pueblo le tomaría más de media hora. Ésa, es una de las razones que los lleva a asistir a La Plata para compartir, recibir servicios de nutrición y salud y compartir su tiempo con otros.

Sin embargo, como su matrícula no llega a 50, son limitados los fondos y personal que reciben de la institución sin fines de lucro que ayuda a personas mayores de 60 años. De ahí que el valor de la labor que realizan estos voluntarios trasciende la compañía. Con cada actividad que organizan atraen y motivan a más a llegar al centro el próximo día.

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