25 de julio 2010
Por Carmen Dolores Hernández / cdh@caribe.net
¿ Cortázar didáctico y religioso? “El hombre –tendencias filosóficas actuales, novísimas, lo afirman a través del genio de Martin Heidegger– no es solamente un intelecto. El hombre es inteligencia, pero también sentimiento, y anhelo metafísico, y sentido religioso… Se es culto cuando los problemas menudos dejan de tener consistencia, cuando se descubre que lo cotidiano es lo falso, y que sólo en lo más puro, lo más bello, lo más bueno, reside la esencia que el hombre busca. Cuando se comprende lo que verdaderamente quiere decir Dios”. Así escribió en una revista para los alumnos de la Escuela Normal de Chivilcoy, donde enseñaba, en diciembre de 1939. ¿Dónde estaba entonces el primero de los cronopios, el espíritu libre que nos hechizó con sus fantasías y le dio alas a toda licencia –poética o no- en “Rayuela”?
Ese es el peligro, podría pensarse, de rebuscar en los papeles de un escritor después que ha muerto. Lo hizo el editor de este libro, Carles Álvarez Garriga, quien sacó de un “cajón de sastre” – un gavetero al que le dio acceso Aurora Bernárdez, primera esposa del escritor y encargada de su legado– estos textos del argentino, inéditos o publicados sólo en revistas y periódicos. El resultado es este libro voluminoso, que entre las prosas incluye no sólo cuentos, pasajes desechados de novelas como “El libro de Manuel” y “Un tal Lucas” sino además retazos de todo tipo: prólogos y auto-entrevistas, ponencias y poemas.
¿Vale la pena haberlos publicado? ¿No estropean la imagen literaria de quien fue –con García Márquez, Fuentes y Vargas Llosa- uno de los cuatro grandes del Boom? No hay duda de que un libro así deleitará a los estudiosos con sus hallazgos insólitos, con lo que se colige de los textos de ocasión y otros en los que habla de amigos y conocidos. Pero ¿qué le ofrece el libro al lector común y corriente de Cortázar, el que no es académico ni especialista?
Hay algunas sorpresas –no todas agradables- y hay textos interesantes. Algunos cuentos de las secciones “Historias” e “Historias de cronopios” no desmerecen de los mejores suyos. Otros indican el largo camino que tuvo que recorrer para llegar a su maestría acostumbrada, como es el caso de los dos primeros, “La daga y el lis. Notas para un memorial” y “Relato con un fondo de agua”. Pero algo salva siempre la escritura. Un recurso utilizado en el primero es lo que hizo famoso, en nuestros días, a Dan Brown (un moribundo escribe, con su sangre, la clave para encontrar a su asesino). Y en el segundo –bastante confuso- ya se perfila el misterio de cuentos posteriores y, sobre todo, la indefinición ominosa del ambiente de otra novela póstuma, “El examen”, con la diferencia de que en este cuento no es de la niebla sino del agua de donde proviene el misterio. Hay también una insistencia en soñar un sueño ajeno que parece indicar una conexión entre el joven Cortázar y el Borges maduro.
Después de tales inicios, Cortázar va cogiendo su paso. “Los gatos”, un cuento de 1948 que presenta la relación entre dos primos que se crían juntos, aunque aún no se encuentra dentro del estilo característico que todos conocemos, es absorbente y sugestivo. La historia se centra en el punto de vista del primo, pero lo que va revelando, indirectamente, es la situación emocional de la prima. Y se acentúa ya, también, el humor, que puede ser muy negro, como en el caso de un magnífico cuento de 1955, “Manuscrito hallado junto a una mano” y transgresor, como en el cuento de lesbianas, “Ciao Verona”, de 1977, otra versión de “Las caras de la medalla” de la colección “Alguien que anda por ahí”.
El humor permea las tres “Historias de cronopios” que no se incluyeron en el libro de ese título del 1962. De ellas “Vialidad”, de 1952, es verdaderamente impresionante. La trama refiere el enfrentamiento del protagonista con un terrorífico dios mexicano metamorfoseado en camión destructor. Este cuento, junto con “En Matilde” y “La fe en el Tercer Mundo” reúne ya toda la contundencia contestataria, absurda e irónica del auténtico cronopismo.
Es en los discursos y prosas de ocasión en los que se percibe más claramente a un Cortázar todavía muy joven y ¡quién lo diría luego! aún sin dirección. De todas maneras, hay momentos logrados en estos textos, como por ejemplo, en “La tos de una señora alemana” o en la crónica de un viaje a México en 1975 en que hace una descripción de los cronopios: “Ser cronopio es contrapelo, contraluz, contranovela, contradanza, contratodo, contrabajo, contrafagote, contra y recontra cada día contra cada cosa que los demás aceptan y que tiene fuerza de ley…”.
Algunos textos autobiográficos son reveladores. El más impactante es “Una infancia medrosa” publicado en una revista mexicana poco antes de morir el escritor pero nunca recogido en libro. Allí revela que sus miedos de niño no provenían de los “fantasmas” que comúnmente asustan a la niñez sino que eran –desde entonces- de índole literaria. Cortázar recuerda haber leído los cuentos de Edgar Allan Poe (que luego traduciría, magistralmente, para la Editorial de la UPR) a los ocho o nueve años y haber sentido que la garra del horror se apoderaba de él. También surtieron un efecto macabro en su ánimo infantil el Frankenstein de Mary Shelley y el Cesare de la cinta “El gabinete del doctor Caligari”.
En este volumen se encuentra también el Cortázar político –cuyo compromiso fue suscitado y alimentado por la Revolución Cubana- y el que resultó profético en ese ámbito. En un escrito del 1969, titulado “El creador y la formación del público” dice: “Una revolución que no salve la alegría por debajo o por encima de todos sus valores esenciales, está destinada al fracaso, a la lenta parodia de lo que no llegó a ser…”. Y también: “… el verdadero creador es aquel que arroja una piedra al agua apenas siente que la superficie se estanca; favorecedor de los desórdenes fecundos toda vez que la rutina o la burocracia intelectual amenazan hieratizar la palabra y los actos del individuo y de la colectividad, es el instintivo robador del fuego a la hora de los acatamientos globales y las consignas monótonas que han perdido vitalidad y se han vuelto letra muerta, slogans para marcar el paso…”.
Tanto encontró Carles Álvarez Garriga en el gavetero al que le dio acceso Aurora Bernárdez que encontró también auto-entrevistas reveladoras y poemas no del todo malos. Los académicos y especialistas se darán un banquete con el libro. Para el lector sencillo será una merienda agradable que complementará los platos fuertes a los que el escritor argentino nos introdujo a lo largo de su vida y de su obra.
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